Salamanca

Otro sitio de gente noble y sonrisas al viento. Se me ocurrió ir con la vergüenza de la primera vez (aunque no era la primera) y la seguridad que dan los amigos en terreno conocido. Y allí conocí a Pepe y a Shino. Sin recordar que previamente había estado, esta vez de la mano del dueño, regresé al museo de coches antiguos. Ricardo andaba con prisas aquella tarde, y Tito y Ele pasaron buena parte del tiempo dormitando. El katrina no fue el huracán responsable de tal cansancio. Más bien fue el huracán Angelita.

Bueno, por lo menos fuimos a una tienda con solera, de las de toda la vida en España, a por una paellera que nos comimos juntos en el salon comedor despacho sala de juntas y otros menesteres de Pepe y Shino. Y paseamos por la ciudad. Y comimos otro día de maravilla en el claustro de la universidad, precios de estudiante que disfrutan los acaudalados profesores.

Ir con Tito por Salamanca es como ir con el rey de visita oficial. Tito conoce al 98% de la población salmantina. El camarero estuvo con Tito dando un curso de expertos en vinos hace algunos años y al recordarselo nos invitó el muchacho a una botella de buen sangre de toro, reservada para ocasiones especiales. Mientras comíamos llamaron de una empresa de seguridad para darle las gracias por su labor y para pedirle permiso para usar un proyecto que desarrolló para ellos de forma totalmente desinteresada. Y al salir, conocía también a la vigilante del recinto con la que charló durante un tiempo.

Cada esquina, cada callejuela, cada plaza, rincón o parque de esta ciudad tiene un «te acuerdas cuando…» que se dedican mutuamente Pepe y Tito entre risas, carcajadas limpias o apretando los labios en asentir de sus cabezas, que miran al horizonte atravesando la barra de madera maciza en aquel té, como añorando recuerdos de tiempos felices, de infancia, tardes al sol y camisas al viento. Renacen de nuevo historias de piratas que escucho con atención, atónito ante tanta información, tan inverosímil, tan fotográfica y a la vez tan alocada. Dos jinetes sobre aquellas motos que se dejaban la piel sobre el asfalto mientras cruzaban por la adolescencia de camino a Felicidad (provincia de La Buena Vida).

Y hubo tiempo para que Elena fuese la prima guapa de Malagón (que nunca tuve, por cierto) en aquel gimnasio para pijos que desgraciadamente no tenía toallas para uso común. Jejeje… Y también hubo tiempo para que Tito pusiese mi preciado hígado a la altura del paladar a fin de degustar su sabor inconfundible en una carrera por el infierno, el río, la universidad.

Y el domingo de este finde que dio para tantas y tantas cosas perdí la noción del tiempo y salí tardísimo de vuelta a casa. Que me perdonen los bienaventurados.

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