La perfecta desconocida

Tomar un tren con destino incierto es lo más parecido a comprar uno de esos huevos de chocolate con sorpresa dentro. Además siempre cabe dejar volar la imaginación respecto a los desconocidos que nos acompañan. Viajar durante casi tres horas junto a alguien interesante despierta en mí una curiosidad que la imaginación se ve obligada a saciar antes de asaltar a nadie con preguntas que no vienen a cuento. Es como si comprimiésemos una vida entera en cada viaje en tren. Una vida monógama y breve. Aparente y sencilla. Feliz por necesidad, inquietante para algunos, aburrida para otros, melancólica, triste o incluso detestable para los incomprendidos.

Madrid – Barcelona

Llevaba la madurez con total elegancia. Su cuerpo era como uno de esos ordenadores de la manzana mordida, cuidado hasta el último detalle. Manos de porcelana (esto podría ser todo un tópico, pero en este caso era tan cierto como que respiro), tez suave, boca dulce, ojos oscuros, pies pulidos. Era luminosa, todo cobraba vida en ella. Cada detalle era el preciso para cada rincón de su esbelta figura. Hasta las mariposas de su blusa cumplían perfectamente su papel. No había lugar para la duda. Piedrecitas verdes, un anillo desenfadado de plata con piedra blanca, pantalón a juego, ceñido, de corte moderno. Su muñeca vestida con uno de esos relojes de ese Oso catalán que está tan de moda.

Estaba claro que esta mujer, o tenía junto a ella al hombre perfecto o los tenía a todos a la vez. Por la manera de expresarse y del orden de sus cabellos se podía deducir que no tenía que aguantar vello masculino en el lavabo cada mañana. La ausencia de suspiros podía tal vez significar la ausencia de preocupaciones. O eso, o una actriz fantástica que vivía en más absoluto anonimato.

Llevaba como yo, uno de esos teléfonos que te permite sonreír cuando alguien te envía las palabras en el orden adecuado.

La mujer perfecta para una misión imposible, para una cena a la luz de las velas en algún rincón de París. La complicidad hecha persona viajaba junto a mí a bordo de aquella bala sobre raíles de acero. Me pregunto si será una especie de espia o, si como yo, sólo iba a una de esas aburridas e infructuosas reuniones con la delegación en Barcelona y vuelta para casa al final de la jornada.

Desayunamos juntos con los típicos chascarrillos que se permiten en estas situaciones. Sonriente pero ausente. Como una pareja enfadada que guarda las formas delante de unos amigos evitando mirarse a los ojos. Alternamos el desayuno e intercambiamos la prensa escrita. Después sacó de su bolso una de esas ediciones en miniatura de una revista que desvelaban a la mujer de hoy los secretos para una vida plena. Sinceramente, no creo que los necesitase. Me resultó curioso su forma de leer. Llegados a la parte escabrosa de la misma, pareció esconder de mi reojo el texto, tal vez para evitar el escándalo.

¿Placer o negocios?

Esta podía haber sido la pregunta que nunca formularé. Este podía haber sido el comienzo de una tragicomedia con final incierto. Podría ser de esas personas que uno guarda para siempre en un lugar especial. Y no me refiero a un zulo. Alguien que puede hacer que el miedo salga corriendo con las dudas para no volver jamás. De esas personas que solucionan los problemas con una sonrisa.

A veces vemos a alguien que encaja perfectamente en un perfil. Hay pocos perfiles y casi todo el mundo encaja en uno. Las pijas de delante son eso, representan eso e inexorablemente ocuparán la casilla de pijas caprichosas para nada interesantes. La gente auténtica también tiene el suyo propio. La persona que viaja a mi derecha en este tren tiene toda la pinta de ser alguien auténtico.

No obstante me quedaré con la duda. Si resolviese el misterio se acabaría la magia, las palabras al final ensucian por donde pasan y por donde pisan. Son como el hollín silencioso que se acumula en el interior de una chimenea. Prefiero equivocarme acerca de sus manoletinas plateadas. Seguro que las compró en el zoco de Marrakech o en Tánger. O quien sabe si en el mismo Egipto.

Mañana estaré en un banco al sol dibujando el resto de su historia. O tumbado en el césped mirando al cielo pensando qué puede estar haciendo ahora. Las olas del mar guardarán el secreto hasta el fin de semana. El lunes la habré olvidado por completo. Sé que si no fuese así yo estaría atado en una habitación acolchada con una camisa de fuerza.

Si de verdad alguien decide que estas casualidades al ocurrir pinten de vivos colores cada uno de los momentos de mi vida, desde aquí, mi más sicero agradecimiento.

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