Pequeño, pequeñísimo homenaje al emigrante

homenaje al emigrante: Intento ponerme en el lugar de aquellas personas que a lo largo de la historia se han visto obligadas a abandonar su tierra. El exilio clava en tu alma una espina que te acompañará siempre.

homenaje

Por mi propia experiencia personal, entiendo el dolor que supone sumar a esa herida la horrible burocracia que requiere ser aceptado el el país de acogida. El ser rechazado por una sociedad egoísta y que no entiende, el que te miren como si fueses un ser inferior sencillamente porque tu acento al hablar fue endulzado por el sol. Y nadie repara en ese alma que llora. En ese drama personal. Y todo son puertas cerradas. Bueno, no todo. No todo el mundo piensa que vayas a robar el pan de unos hijos que aún no han nacido.

Desde lo alto de la torre

Siempre hay almas que pintan tu entorno de vivos colores estando lejos de tu tierra natal. Espero si es este tu caso que tu corazón este caliente en las frías noches del invierno, si estás en una soledad no deseada, que nadie te cierre las puertas y que siempre encuentres el amor y el cariño en cada rincón, en cada situación y en cada obstáculo.

Tarde de cine sin palomitas… ni película.

Habíamos estado pensando qué película ver. Tarde de cine, el plan perfecto. Después de un día de calor y vueltas por la ciudad el sofá era un resort reconfortante para tres despojos sudados y exhaustos. Ella había traído del trabajo un dolor de cabeza monumental. Un dolor que ni la siesta pudo mitigar.

Al caer los últimos rayos del sol decidimos bajar mi amigo y yo a la tienda de ultramarinos a por uno de esos preparados para fajitas. Yo desde el principio dije que no era partidario de esos pre-cocinados industriales congelados. Cada vez más los años iban dejando constancia de un deterioro innegable. Me había convertido en un sibarita de productos frescos. Nada de preparados. Compramos pimientos, cebollas, maíz, pollo… y dejad que me encargue yo. No hubo manera de convencerlos.

Estábamos en la sección de frutas y verduras, comprando algunas delicias para comer al día siguiente en la playa. Nectarinas, albaricoques… ya me estaba imaginando tomando esas delicias dulces y fresquitas bajo un sol sin tregua. No había pesado los pepinos, que ricos con un poco de sal, cuando entró una llamada. Era ella. No pude escuchar lo que decía. Tan sólo que la cara de mi amigo tornó amarga y triste. De pronto aceleró el paso y dijo que ella se marchaba, que ya no se quedaba a cenar. -Lo ha encontrado, el señuelo, la chica de Estados Unidos con la que hablo, la que te dije.

Las redes sociales son una oportunidad para aumentar nuestro ego. Los desconocidos pueden opinar de nuestras opiniones, de nuestras fotos; en definitiva, de nuestra vida. Una casualidad que sumada a una novia desconfiada y aderezada con una mente calenturienta dan como resultado una reacción en cadena de difícil contención. La muchacha había comentado una foto de mi amigo en una de esas redes sociales y habían intercambiado algunas frases cortas. Él me lo dijo, también me contó que ella era desconfiada, que hurgaba en cada rincón cuando tenía ocasión.

Le faltó tiempo. Cuando bajamos a la tienda a comprar la que iba a ser una suculenta cena cogió la tableta digital y entró en cada rincón de su perfil digital, revisó los últimos movimientos, fotos, interacciones, menciones, publicaciones y conversaciones. Y se topó con las frases cortas. Mi amigo ni siquiera la conoce, vive al otro lado del mundo. Lo encontró por casualidad y comentó porque estaba aburrida,  sin imaginar las consecuencias. Una muchacha ligera de cascos que publicaba fotos igual de ligeras. Ligeras de tela. Ligeras de ropa. Las frases cortas la llevaron al perfil y del perfil a sus fotos. Entonces ella se hizo arquitecta. Hizo la carrera en tan sólo diez segundos. Construyó en su cabeza un castillo de dimensiones inimaginables. Uno en el que el principe del cuento jamás hubiese encontrado a la princesa atrapada, mucho menos se hubiese topado con el dragón o encontrado el tesoro. El principe que entrase en ese castillo moriría de hambre en su interior.

Mi amigo la quiere. Si no no estaría con ella. Estaría con cualquiera y con ninguna. Estoy seguro de que no había engaño. Tan sólo unas frases cortas y ella construyó el resto. Hizo la bolsa y se quedó en la puerta esperando porque no tenía llave del garaje. Él debía abrirla. Tenía el corazón destrozado, las lágrimas brotando y la respiración acelerada. Construir tanto, tan deprisa es sin duda agotador. Así la encontramos cuando se abrió la puerta del ascensor. Sin duda quería marcharse. No habría ni cine, ni cena, ni nada.

Durante la discusión me fui a la habitación. Cuando pasan estas cosas es mejor no estar en medio. El ser humano suele usar a los amigos como arma arrojadija en estas situaciones tan desagradables. No voy a entrar en detalle de lo que allí sucedió. Sólo diré que las palabras y la razón terminaron por hacerse valer. No negaré que hubo tormenta, pero lo bueno que tiene esta es que suele traer la calma más absoluta.

Me fuí a la habitación del fondo, donde mi amigo había puesto cada uno de sus dientes de leche confiando en el ratoncito Pérez. Y allí permanecí hasta que llegó la calma. La estancia era acogedora, no apta para niños. Todo lleno de figuras, tecnología, cajitas, lamparas, libros, discos, ropa, cuadros, sillas… Recuerdos. Recuerdos de un tiempo pasado que decoraban la habitación a modo de museo; las banderas de la infancia, los premios del campeonato que se jugó en el colegio cuando aún reinaban los noventa en el calendario, la foto de los compañeros de promoción, todos con el cuello partido. Los libros de obligada lectura para el profesor, y los de obligada consulta para un adolescente. Allí estaban cogiendo polvo.

Tarde de cine

Sonó la puerta de la casa. Sonó despacio. Después el silencio se hizo con todo. Con las sillas, la mesa, los sofás, los muebles, los bustos y las estatuas. Jamás pensé que llegaría a estar solo en este lugar. La vida a veces te sorprende de la forma que menos imaginas. Necesitaba estar solo, lejos de lo cotidiano, y aquí estaba. A miles de kilómetros y solo. Recorrí la casa en silencio, sin tocar nada. Después fui a la cocina y piqué algo de pan con queso de untar. Me serví un vaso de agua fría y volví a lo acogedor del sofá. Eran más de las diez de la noche. Estaba en el lugar, pero no como me imaginaba tan sólo unas horas antes. No hubo cine. Ni cena. Ni risas. Eché un pulso al sofá y me quedé dormido. No siempre se gana. Tampoco siempre se acierta.

El coche nuevo de Mike o «un viaje inesperado»

Se me hace raro escribir una novela lejos del mar. En lugar de eso una habitación con pocos muebles, casi diáfana, gris y destartalada. Un montón de cables se aferran a mí como si fuesen raíces, como si mis venas no fuesen suficientes. Afluentes de un río de plástico made in Taiwan. Tubitos huecos que desembocaban en una maquina que se ideó en la India pero que acabó construyéndose en China.

Alli se fabrica todo. Los inventores de la máquina eran dos ingenieros. Un estadounidense y un indio. El primero hijo de una familia acomodada de la ciudad del motor, había decidido que terminar sus estudios en la India era una oportunidad para sacar más partido a su cuenta de Facebook, de Skype y a su propio curriculum. El otro de una familia muy pobre. Se había criado en una pequeña aldea junto a un río color chocolate. Cuando era pequeño su hermana enfermó. No duró mucho. Hicieron todo lo que se puede hacer en un lugar sin electricidad. Uno con mucha humedad, mosquitos e infectado de tigres hambrientos. El chamán lo intentó de todas las formas posibles. Fue imposible. Tiraron al río su cadaver envuelto en un sudario de flores blancas. Aquello fue el detonante para que Aashish tomase la decisión correcta. Sus padres no pudieron permitirse pagar su estancia en la capital, con lo que tuvo que descartar la medicina como opción. Tuvo que conformarse con una ingeniería.

Y aquí está su máquina encendida, funcionando. La que me alarga no sé qué exactamente. Debería darles las gracias y no sé cómo hacerlo. Siempre he seguido de cerca los avances tecnológicos en el campo de la medicina. Pero desde luego este se lleva la palma. Que alegría me contagia pensar que se va progresando para curar enfermedades antes intratables. A cuántas personas les cambiará la vida o les salvará de la muerte este avance o el de más allá. Jamás piensas que tú puedes ser una de esas personas. Jamás.

Me pregunto cual de los dos decidió la frecuencia con la que emite su pitido latente. Me pregunto si se trató de una decisión conjunta o deliberada. Lo mismo el sonido es obligatorio por alguna normativa internacional. El caso es que pita, que tiene varios indicadores de luz y una pantalla a la que no me alcanza la vista desde este lado de la cama. Tendría que levantarme y no tengo ganas.

Ojalá leucemia fuese el modelo de un súper deportivo. Pero no de uno cualquiera, sino de uno exclusivo con llantas de aleación y el último grito en tecnología punta. Uno de una serie limitada. Si tienes un deportivo caro puedes despertar en los demás sentimientos de admiración, alegría y envidia en casos extremos.

Pena… Eso es lo único que se despierta en los demás con el actual significado de la palabra. Te miran con una disimulada empatía. Y tu sonríes con una alegría también fingida. Y te permites el lujo de hacer chascarrillos. -Si no pudo conmigo mi jefe… va a poder esto, ¡vamos! ¡sólo faltaba! Piensas que te vas a poner bueno, te vuelves optimista y los demás ven que te mueres con unas ganas de vivir antes disfrazadas de rutina y problemas. Vas perdiendo peso. Sientes que tu cuerpo se ha oxidado, quema, escuece, duele. Está prohibido tener móviles y la atmósfera está controlada para evitar lo inevitable. Que un elemento microscópico se cuele en mi organismo y germine como si me hubiese comido diez sacos de abono para plantas. Soy una maceta plastificada para que nada malo germine en mí. Y el plástico es de mala calidad.

Si alguien está leyendo esto que saque al mercado el modelo Leucemia de un súper-deportivo. Si puede que destine parte de los beneficios a alguna fundación contra el cáncer. Espero que sea tan famoso que cuando alguien te diga que tiene un Leucemia haya un resquicio para la duda o incluso el sentimiento que despierte sea alegre y envidioso. Ojalá algún anciano cuente a su nieto que el nombre de ese coche viene del de una enfermedad erradicada y olvidada. ¡Ojalá!

Quería comerme el mundo y sin embargo no pasé de los entrantes. Alguien decidió que era el momento de levantarse de la mesa. Y mira que mi padre me dijo veces que no me levantase hasta que el último comensal hubiese terminado el último bocado. Donde quiera que esté, espero que me perdone.